12 febrero, 2007

El mundo de Tex II

No es que este incómodo, simplemente es que me he acostumbrado a este encierro.

Me han obligado. Realmente nací encerrado, por lo que no sé qué es la libertad. No soy como vosotros, no anhelo la paz ni la libertad: yo estoy en paz, yo soy la libertad.
No hay dios ni bicho viviente que se inmiscuya en mis asuntos.



Solo estoy y sólo soy. Es simple y llanamente eso: soledad pura y dura que he aprendido a arrastrar (no como vosotros, que la esquiváis en cuanto podéis).
De vez en cuando, cuando me dejan libre, me siento dislocado; perdido en un lugar en el que todo se escapa a mi control. Me siento como James Whitmore en Cadena Perpetua: acostumbrado a mi reclusión todo me parece extraño o nuevo -no sabría precisar la palabra-, pero el caso es que me siento vacío, inútil. Por eso siempre quiero volver, cuajado de miedo, a encajarme en mi jaula y no salir. No como James Whitmore: acabar escribiendo mi nombre en una viga de madera de un cuartucho mal amueblado, para luego dejarme vencer por la tristeza.

Porque sé que allá las cosas están peor que acá, donde todo y nada dependen de mí. Mi supervivencia castrada depende de los demás. De la familia del Sr. Nadie, porque -en concreto- si dependiera de este Nadie, mi dieta consistiría en trozos de patatas fritas y pedazos de jamon york... y algún trozo de sabrosa nuez.


Sigo preparando mi físico para cuando regrese mi hamstar. Sé que algún día volverá, porque me hizo una promesa:
- Si me voy es para volver, y a mi regreso nuestro amor será tan circular como la rueda en la que paseas. Yo quiero pelechar a tu lado.

Y me lo creí.

Aún hoy estoy esperando su vuelta.

Ocho


Los pájaros
de la muerte
con su plumaje negro
su pico anaranjado
y su sutil graznido agujereante
velan mis noches etílicas
Extraños
paseos nocturnos
donde, a menudo,
llegar a casa
se convierte en una proeza

07 febrero, 2007

¡Que asco!

1


Y aún habrían más, muchas más, cientos de más, miles de más, millones de noticias dantescas que no apedrean nuestra conciencia, ni nos hacen reflexionar, sino que nos producen un efecto repentino de odio. Pero odio ¿hacia qué? ¿Quién nos queda por ser odiado? ¿Y quién aclamado?. De cualquier modo, ese repentino sentimiento se desvanece al momento cuando nos cuelan cualquier otra información... y es que nuestro cerebro tampoco da para mucho más...
A veces me pregunto si realmente es el mundo el que está loco o soy yo el que lo está. Cómo es posible que hayamos llegado a esto, ¿como?.

¿Como puede existir tanto odio, campando a sus anchas, convirtiéndose en lo cotidiano? Hemos llegado a un punto en que ver, a la hora de comer, un niño desnutrido enganchado a la teta famélica de su madre -que ya no da más de sí- se ha convertido en lo normal. No nos afecta (¿realmente alguna vez nos afectó?), simplemente agachamos la mirada y seguimos comiendo nuestro sabroso plato de lentejas con chorizo.


Guerras, muertos, injusticias, desgracias ajenas. No hay más que leer, ver, escuchar cualquier medio para darse cuenta de que nuestra realidad más lejana -no la que nos toca, la que nos afecta directamente- se ha convertido en una espiral de violencia desgarrada que, día a día, contemplamos sin pararnos a reflexionar un sólo segundo (yo el primero por supuesto, ¡que asco!).

Cierto es que nuestra acción no valdría apenas de nada, pero ¿y que? ¿Cuántas conversaciones se escuchan en la calle sobre la gravedad del conflicto palestino-israelí? ¿Cuantas sobre el hambre que mata millones de niños al cabo del año? En cambio, ¿cuántas se pueden oír sobre Isabel Pantoja? ¿Cuántas sobre cuál es la verdadera razón de que Fabio Capello siga en el Real Madrid? No es que no me parezcan apropiadas estas conversaciones, todo lo contrario. Sería un necio si despreciara cualquier informacion... ¡por Dios! ¡inmersos en plena Sociedad de la Información! ¡donde todo adquiere una relevancia máxima! ¡donde un desinformado se convierte en un absoluto inculto! (como dice cierto personaje amarillo... ¡intentaba ser sarcástico!).


Impasibles ante un mundo que se hunde en una continua lucha contra el bien o contra el mal, ¡que asco!.