No es que este incómodo, simplemente es que me he acostumbrado a este encierro.
Me han obligado. Realmente nací encerrado, por lo que no sé qué es la libertad. No soy como vosotros, no anhelo la paz ni la libertad: yo estoy en paz, yo soy la libertad.
No hay dios ni bicho viviente que se inmiscuya en mis asuntos.

Solo estoy y sólo soy. Es simple y llanamente eso: soledad pura y dura que he aprendido a arrastrar (no como vosotros, que la esquiváis en cuanto podéis).
De vez en cuando, cuando me dejan libre, me siento dislocado; perdido en un lugar en el que todo se escapa a mi control. Me siento como
James Whitmore en
Cadena Perpetua: acostumbrado a mi reclusión todo me parece extraño o nuevo -no sabría precisar la palabra-, pero el caso es que me siento vacío, inútil. Por eso siempre quiero volver, cuajado de miedo, a encajarme en mi jaula y no salir. No como
James Whitmore: acabar escribiendo mi nombre en una viga de madera de un
cuartucho mal amueblado,
para luego dejarme vencer por la tristeza.

Porque sé que allá las cosas están peor que acá, donde todo y nada dependen de mí. Mi supervivencia castrada depende de los demás. De la familia del
Sr. Nadie, porque -en concreto- si dependiera de este Nadie, mi dieta consistiría en trozos de patatas fritas y pedazos de jamon york... y algún trozo de sabrosa nuez.

Sigo preparando mi físico para cuando regrese mi hamstar. Sé que algún día volverá, porque me hizo una promesa:
- Si me voy es para volver, y a mi regreso nuestro amor será tan circular como la rueda en la que paseas. Yo quiero pelechar a tu lado.
Y me lo creí.
Aún hoy estoy esperando su vuelta.